Escribe: Gustavo Antúnez.
La ya cercana elección del último domingo de junio no será una interna más, para el Frente Amplio, desde luego significa adoptar la decisión sobre si Carolina o Yamandú encabezarán el movimiento hacia las nacionales de octubre, pero adicionalmente, y en mi opinión lo más importante, conocer expresada en votos, la voluntad de cambio de las ciudadanas y ciudadanos de este país. Hoy los cráneos de la coalición de derechas están preocupados porque sienten que su campaña no prende, buscan excusas y justificaciones, pero se olvidan de hacer aunque sea una modesta autocrítica, al igual que en 2019 se sienten superiores y ganadores, algo que la gran mayoría de personas no comparte en absoluto. Por lo tanto es necesario hacérselo saber, como nos gusta en este país, por el mandato de las urnas. Hay quienes apuestan a una baja participación para evitar el juicio de la gente, de manera que retomo algunas ideas que nos pueden ser útiles para los próximos treinta días, para hacer una gran elección que nos permita abrir un nuevo ciclo de transformaciones de signo progresista.
Hoy en día no podemos ni deberíamos ignorar que, a veces, hay personas que votan en contra de sus intereses subjetivos, no porque voten a propósito en contra de sus intereses sino porque esos intereses son mucho más opacos que lo que nuestra tradición de izquierda reconocía. Aquella idea del abnegado militante que lo deja todo por la causa puede ser todavía fuente de inspiración, pero hoy por hoy la gente procura resultados concretos. En realidad los intereses son atravesados por las identificaciones, por las pulsiones, por las ideologías, por las expectativas y están siempre allí, sin perjuicio de la voluntad política o las expresiones de deseo de las personas. El capitalismo de la hipermoderidad es, como hubiera dicho en su momento Foucault, un gobierno de las almas. Se caracteriza por una producción de subjetividad y, por lo tanto, eso obliga a pensar no solamente en los grandes temas de Estado y de gobierno, no solamante en la macroeconomía, sino en cosas que quedan por fuera de su alcance, porque es posible que muchas mujeres y hombres estén dispuestos a hacer sacrificios, pero también están reclamando su parte de la compensación; por lo tanto, cualquier teoría transformadora requiere no hacerse el distraído con respecto a cómo está constituido el sujeto.
Este año de elecciones nacionales, lógicamente, estamos todas y todos pendientes de la contienda electoral en la que decidiremos quiénes serán nuestros gobernantes durante los próximos cinco años, lo que no es para nada menor, porque va de suyo que no es lo mismo avalar lo hecho por el fallido gobierno multicolor y concederle un nuevo mandato, que votar por el cambio que la mayoría de personas saben que necesitamos para superar este período lamentable y orientarnos hacia otro país posible. Pero hay una discusión de mayor profundidad, de la que hace mucho que no hablamos, y que a mi juicio está en la base de buena parte de los problemas que enfrentamos. Me refiero a debatir si realmente creemos que en el marco del actual capitalismo tardío, neoliberal/conservador, transnacionalizado y salvajemente financiero podemos hacer lo debido para transformarnos en una sociedad avanzada con justicia social. Ya se que esta no es precisamente una discusión muy alineada con las demandas del ciclo electoral, pero, francamente, pienso que está en el fondo de todos los debates. Porque es necesario cuestionar activamente, radicalmente al modelo socioeconómico e institucional en el que vivimos, para poder transformarlo y plantearnos alternativas que nos ofrezcan otras posibilidades y nuevos desafíos civilizatorios.
Necesitamos respuestas, el país necesita respuestas; ya sabemos que el gobierno de los mejores, los elegidos nos ha convertido en la peor versión del Uruguay en los últimos veinte años. La corrupción, el clientelismo, la violencia institucional, la frivolidad y la soberbia son las cualidades más notorias de un proceso de degradación que comenzó en marzo de 2020. La lista de asuntos pendientes es larga y motivo de preocupación porque sus consecuencias causan perjuicios y angustia a la gran mayoría de mujeres y hombres que pagan el pato. El daño material es cuantioso, el daño simbólico es incalculable, pero lo peor es que todavía cuentan con una base de apoyo político incondicional que comparte y se beneficia de esta situación, ya es hora de poner todos los recursos y energías en lograr que los Delgado, Raffo, Silva, Ojeda o Gurméndez finalmente se hagan cargo de su responsabilidad.
Porque aún transitando una deslucida campaña hacia las elecciones internas, el país real y la gente en la vida real siguen padeciendo una tragedia silenciosa que obviamente no ocupa las tapas de los diarios ni convoca a las cámaras de la televisión, de hecho la situación de cientos de miles de personas que llevan una vida precaria, las y los desempleados, los que están en situación de pobreza o quienes sufren las peores formas de exclusión, es decir las y los postergados por el modelo implementado por la derecha multicolor no parecen importar si nos atenemos a los planteos de las y los representantes de la coalición gobernante. Es notorio que su único desvelo es seguir ocupando el gobierno para mantener sus privilegios y los de sus mandantes.
Entonces esa República hipócrita se vanagloria del ascenso y consolidación de las y los malla oro, o de alguno de los magros y escasos logros de esta era de la depresión, al tiempo que se olvida o hace la vista gorda sobre la situación delicada y/o desesperada de las y los más vulnerables, o de quienes con enorme sacrificio apenas van llevando una situación muy difícil e incierta que destruye la trama social y somete a mujeres y hombres a angustias y penurias que se podrían evitar. No hay ninguna razón valedera para renovar la confianza a este contubernio impresentable de minorías de derechas que conocemos como coalición multicolor. De manera que el esfuerzo para restablecer la decencia y la responsabilidad republicana empieza el domingo 30 de junio.
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